Mulato de piel amarilla, apenas
amarilla. Sin ser lo bastante blanco para dejar de pasar por negro, ni lo
bastante claro para que te llamen blanco. Te definiste solo como músico.
Pudiste convertir tu ira
antirracista en un motor para tu creatividad.
Te peleaste con más de uno, músicos, compañías discográficas,
encargados, gerente, jefes, y hasta con vos mismo.
Solo usaste un arma y casi ganas
todas tus peleas. Porque en vez de arma pensaste en amar y tu escudo fue un
contrabajo que disparaba contratiempos directo al tímpano desangrando nuevas
armonías, para un mundo que nunca quiso cambiar.
Pero te agarraron y lo único que
pudiste hacer, fue ser. Ser abogado de tus propias ideologías. Llevaste tu
resistencia hasta las últimas instancias, buscaste por todos los medios
mantenerte firme, te declaraste menos que un perro, pero te dieron sentencia
definitiva.
Viviste lo que quedaba de tu vida en
la celda de los legendarios, para que una noche, en víspera de reyes, la parca
te invitara a improvisar y
naciera un nuevo grande del jazz.