Más nos protegemos del
destino incierto de la entrega.
La relajación musical nos
expropia hacia los espejos retratados.
Las partituras tiemblan al
son del viento sobre zapatos descalzos y veladas amorosas.
Pero aún así, la piel se
entumece y el escalofrío atormenta la mente, pero nos nutre incansablemente.
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